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Todo es mentira

No hagan caso de nada de lo que lean, oigan o vean: todo es mentira.

Hemos sido timados, pero no al modo ibérico tradicional –siempre tan propenso a la simpatía, cuando no empatía, hacia el pícaro responsable de la argucia–, sino al más puro estilo avaricioso, clasista y malvado de quienes creen que están destinados a dirigir los derroteros de la humanidad. Por más que quieran vendernos explicaciones que justifiquen lo que está ocurriendo, la realidad es mucho más sencilla, y no es otra que provocar un nuevo orden mundial donde los derechos de la plebe se vean reducidos a mínimos. Ajustes, recortes, llámenlos como quieran, llenan nuestras vidas y los noticiarios, pero en realidad lo que estamos sufriendo es la III Guerra Mundial.

No se equivocaba demasiado Einstein al decir aquello de «no sé con qué armas se librará la III Guerra Mundial, pero en la IV Guerra Mundial usarán palos y piedras». La III Guerra Mundial es la guerra económica, la de la involución de los derechos de los trabajadores y las trabajadoras, la de la vulgarización de la educación, la del aumento de la brecha social entre ricos y pobres. En la IV Guerra Mundial, si se produce, seguramente se usarán palos y piedras, pero no por lo que pensaba Einstein, sino porque será la de la revolución de las masas, y la harán de la única manera posible, con los únicos medios de los que dispondrán, y será haciendo uso de la violencia. Aunque no tengo fe en ella.

Hay dos maneras de desarrollarse: la de toda la vida, que consiste en que unos pocos manejen el cotarro y esclavicen, en mayor o menor grado, según la época, a los trabajadores, y la que debería ser la normal, que consiste en promover la formación de las personas a todo el mundo y apoyar la investigación. Desde la Revolución Industrial se ha ido avanzando y poco a poco se han conjugado ambas opciones. Pero esto no podía durar. Los derechos de los trabajadores ya empezaban a ser demasiados y era necesario atajarlos. Fue un error de medida del capitalismo: había que hacer creer al proletariado que era libre, que tenía derecho a tener un buen nivel de vida e, incluso, que podía llegar cambiar de clase; pero no contempló que esa misma avaricia inherente al ser humano, esa que le haría creérselo todo, llegaría a calar tan hondo como para representar un problema real para el gran capital. Y han tenido que cambiar el invento.

La educación, la formación, son cada vez más lamentables: algunos profesores tienen una mala formación, pero no tanto por lo que se les intenta enseñar, sino porque  no tienen ni las ganas ni la curiosidad necesarias para desarrollar su trabajo; los planes de estudio limitan el trabajo de esos docentes, y las infraestructuras no ayudan en nada; y los padres están demasiado preocupados trabajando para pagar la hipoteca (algunas veces desmedida), las vacaciones y otros gastos más superfluos como para ocuparse de sus hijos. El resultado es que cada vez hay una mayor delegación de la escuela en el ámbito familiar, y las familias muchas veces ni están capacitadas ni pueden solventar los temas que deberían resolver los profesionales de la enseñanza.

Expliquen lo que expliquen, todo es mentira. Y el mayor problema es que poca cosa podemos hacer, ya que la sociedad está tan dividida y es tan egoísta que será imposible que se una contra los verdaderos culpables. Dentro de un par de años, o quizá dentro de tres o cuatro, las cosas mejorarán. Nos darán el chocolate del loro, nos venderán que se está saliendo de la crisis, y que nos habrá servido para estar mucho más preparados para el futuro, nos repondrán un par de derechos, nos subirán el IPC en nuestros salarios y un par de bagatelas más, y nosotros nos lo creeremos. Y estaremos contentos, porque otra vez pensaremos que podemos comprarnos esa casa, ese piso, ese coche, que podremos hacer esas vacaciones y otras tantas chorradas, y volverán a alienarnos hasta que unos desalmados vuelvan a jugar en la gran casa de apuestas que es el mercado mundial.

Eso sí, en el ínterin nos habrán colocado unas tremendas facturas de electricidad, gas, agua, nos habrán acribillado a impuestos en los carburantes y en la sanidad, nos habrán hecho pagar tasas en la justicia, y habrán precarizado nuestra formación y nuestros puestos de trabajo. Pero seremos felices, porque tendremos nuestros smartphones con conexión a internet para poder decir a nuestros amigos que estamos cagando en un bar muy bonito de cualquier lugar, porque tendremos nuestros iPad y similares para estar al día en las últimas aplicaciones que llenen nuestras vidas y de los últimos PowerPoints de gatitos, y porque, en definitiva, seremos alguien porque en nuestro twitter o similar tendremos un millón de seguidores que esperarán con deleite a que digamos nuestro último pensamiento, haciéndonos creer que lo que digamos le importa a alguien.

No es pesimismo, es lo que hay.

In memoriam. Joan Carles Planells Reverter (1950-2011).

Este blog inició su andadura en Spaces, y tras unos cuantos años, poco a poco, dejé de escribir en él. Al desaparecer Spaces y vernos obligados sus usuarios a trasladarnos a WordPress, dudé mucho si realizar o no la transición. Finalmente, lo hice, pero dejé atrás todo lo que había escrito a lo largo del tiempo.

Nunca he sabido si lo retomaría, y desde luego no tenía la menor idea de cómo lo haría si decidía seguir escribiendo. Hoy vuelvo a escribir en él puntualmente como homenaje a una persona que conocí en la época de Spaces y que hace unos días nos dejó.

Joan Carles Planells Reverter (1950-2011) tenía un blog, planells fact&fiction (jcplanells3.wordpress.com), uno de esos espacios que, nada más verlo, te das cuenta de que pertenece a alguien especial. Tuve la suerte de ir conociendo a la persona, aunque solamente fuera en este mundo virtual, gracias a las aportaciones mutuas que nos hacíamos y a una ocasional correspondencia epistolar. Y debo reconocer que lo admiraba.

Porque Joan Carles era un gran escritor, uno de esos sin ínfulas, que escribía por el placer de hacerlo, y que desinteresadamente nos regalaba relatos de ciencia ficción y de novela negra, además de ofrecernos sus conocimientos sobre cine, música, artistas y literatos. Tenía una memoria desmedida, y unos conocimientos que rayaban en la erudición. Y también tenía un sentido del humor envidiable.

Sé que su vida no fue sencilla. Joan Carles era uno de los hijos de Àngel Planells, un reconocido pintor surrealista catalán, que se relacionó con otros artistas como Dalí o Magritte. No debe de ser fácil vivir bajo la influencia de una personalidad semejante, y no debe de ser nada fácil desarrollar plenamente las propias capacidades artísticas con el peso de ese apellido. Pero lo peor a lo que se puede enfrentar un artista, un literato, es al desprecio de eso que se da en llamar “el mundillo”.

Joan Carles escribía mucho y bien. Había ganado premios, había publicado algunos libros y muchos de sus relatos llenaron revistas hoy desaparecidas del mundo de la ciencia ficción. Pero jamás logró el reconocimiento del público en general. Sus conocimientos, eso sí, le permitieron ser corrector y crítico del género, e incluso firmó prólogos de las ediciones en español de obras de autores tan prestigiosos como Tim Powers, el discípulo aventajado de Philip K. Dick, y otros.

Era un enamorado del mundo femenino. Rescataba y retrataba a actrices, cantantes y escritoras que todo el mundo había olvidado, para ponerlas en el lugar que les correspondía. Era, en ese sentido, un hombre convencidamente feminista, algo muy difícil de encontrar en una época tan hipócrita como la actual.

Para toda esa gente que se emociona cuando pasea por las calles que describe Ruiz Zafón, lo que es verdaderamente una delicia es leer los textos en los que Joan Carles reflejaba el mundo literario de la Barcelona de finales de los 60 hasta los 90, especialmente el mundo editorial dedicado a la fantasía y la ciencia ficción: editoriales en pisos de Ciutat Vella; librerías casi escondidas del “casc antic”; personajes lúgubres de los de verdad, de esos que muchos autores intentan retratar en sus obras pero que carecen del margen de credibilidad que sí tenían los de Joan Carles porque, al fin y al cabo, él los sufrió en sus carnes; y tantas anécdotas que era capaz de describir con el humor que los años confieren a los sucesos que le acaecen a uno.

Decenas de veces había querido quedar con él y pasar una mañana por el Mercat de Sant Antoni, revolviendo entre libros antiguos y charlando, tomando un par de cervezas mientras me explicaba cosas de esta ciudad. Pero no lo hice nunca. Solemos decir que el tiempo, que las prisas, que las urgencias, nos impiden hacer cosas. Solemos decir que ya quedaremos, que hay tiempo. No es cierto. Queremos creer que son el tiempo, las prisas, las urgencias, las culpables, pero somos nosotros y nuestra incapacidad para dar prioridad a lo que es verdaderamente importante. Queremos creer que hay tiempo, pero no lo hay. Nuestra existencia es apenas nada, y tal como llega, cualquier día puede irse sin más, sin previo aviso. Y nosotros nos quedamos, yo me quedo, con la sensación de que perdemos algo más que una amistad: perdemos un trocito de nosotros mismos.

Y pienso que, mientras la tecnología crea nuevas formas de comunicación cada vez más sofisticadas, la sociedad es incapaz de asumir todas sus implicaciones. ¿Cómo se entera uno de que alguien a quien conoce a través de este mundo virtual nos ha dejado? ¿Qué ocurre con todo lo que ha escrito en la red, con todos sus correos electrónicos? ¿Dónde va a para su legado?

Joan Carles nos dejó el día 3 de diciembre a causa de un infarto cerebral. Su funeral fue el día 7, por lo que es difícil no pensar en que murió solo, en su casa, y que allí estuvo hasta que alguien, un familiar tal vez, lo echó de menos y lo encontró. No sé si fue así, son simples elucubraciones. Y no fue hasta ayer, día 8, que supimos de su muerte, gracias a que una de sus amigas virtuales, intuyendo que algo no iba bien, tras no recibir respuesta a sus intentos de comunicarse con él, localizó su esquela.

Esta es la sociedad que estamos creando. Una sociedad donde hasta las amistades pueden ser prácticamente anónimas. No estamos sabiendo cómo adaptarnos a estos cambios, y tampoco nos estamos preocupando de gestionar los legados. Es triste, pero es así.

Me gustaría que todo lo que hizo Joan Carles no quedara en el olvido, pero eso es algo que difícilmente está en mis manos, ni en las de nadie que no tuviera acceso directo a él. Sé que compartía círculos de personas que, como él, tenían intereses comunes. Recuerdo que un día le pregunté por una película de la que solo era capaz de describir una escena, ya que la había visto cuando era muy pequeño y la televisión todavía era en blanco y negro. Él se lo tomó como un reto, y no solamente rebuscó entre sus recuerdos, sino que habló con sus compañeros cinéfilos e, inmediatamente, me dio la respuesta. La película era “The man who could work miracles”, y tuve la ocasión de verla y comprobar que, efectivamente, la memoria no me había fallado: la escena era tal y como la recordaba. Hasta en algo tan simple, Joan Carles se desvivía por aligerar las dudas. Pero, aunque sus conocimientos se pierdan, lo que quedará, por lo menos en mi caso, son todos sus escritos, que estoy recuperando antes de que alguna “mente no pensante” decida que deben desaparecer de la red.

No sé, Joan Carles, si estarías de acuerdo conmigo o no, pero tal vez en algún momento busque la manera de recopilar tus relatos y ofrecerlos, tal y como tú hiciste a los largo de tantos años, en la red. Será una manera de mantener viva tu memoria, mientras no haya alguien mas capacitado que yo que sea capaz de hacerlo de una manera más formal.

Te vamos a echar de menos, voy a echar de menos la rutina de, cada pocos días, visitar tu blog para ver qué nueva historia, qué nuevo relato, qué nueva reseña, nos ofrecías. Allá donde estés, espero que tengas la oportunidad de encontrarte con todos aquellos que pensaban que los androides quizá soñaban con ovejas eléctricas.

Descansa en paz.

Mudanza

A los “blog-reguitos” nos han dicho que hay que hacer la mudanza y, obedientes, aquí estamos. Abandonamos los Spaces que nos vieron nacer con la obligación de pensar en cómo ha de ser nuestro nuevo WordPress.

Toda mudanza provoca un cansancio inmediato pero pasajero, y otro que solo se percibe cuando hay que realizar una nueva. En esta mudanza actual, la desgana es grande, porque el nuevo hogar tiene demasiados rincones que dificultan ponerlo al gusto de uno, sobre todo cuando no se dispone del tiempo para hacerlo. Así que, probablemente, este lugar acabará siendo poco más que un pisito de divorciado sin recursos económicos, o sea, un pequeño consulado de IKEA. Vamos, con muy pocos adornos.

De entrada, tras una prueba insatisfactoria, en la que el formato de adaptación de la vivienda antigua a la nueva no ha sido de mi agrado, he optado por la opción de tirar todos los muebles a la basura, lo que se traduce en que he borrado la historia anterior. Tal vez eso haga que vuelva a escribir, o tal vez esta sea la primera y única cucharada con la que alimente a este nuevo ser con aspecto de “blog-engendro” posnuclear en el desolado páramo de WordPress.

Pero, por de pronto, como decía al principio, aquí estamos.